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lunes, 6 de septiembre de 2010

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MAURITANIA Y EL SUICIDIO DE LAS SOCIEDADES EMOTIVAS




Una sociedad emotiva es una sociedad cogida por el gaznate. Cuando se adoptan decisiones políticas sólo por los efectos que están pueden tener en la sensibilidad afectiva del cuerpo social (el electorado) se está hipotecando la propia capacidad de actuar. Se recorta así el poder soberano del Leviatán (monstruo necesario, y necesariamente frío) al calor de las emociones sociales, y se entrega este sobrante de soberanía a quienes sean capaces de influir en ellas.



Todos deberíamos ser capaces de sentir compasión, o sea, de compartir la pasión, el dolor, del otro. Se llama empatía y es un ingrediente evolutivo básico para asegurar la viabilidad de una especie animal que necesita proteger sus cachorros durante un largo periodo de tiempo más allá de la ya de por sí larga gestación. Para un ser vivo tan vulnerable como el homo sapiens sapiens, es imprescindible sentir empatía por sus próximos, los que comparten sus genes y su proyecto municipal. Se trata de un imperativo ético y biológico.



Sin embargo, los postulados ideológicos del cristianismo, que nos obligan a compadecer a todos los prójimos; las revoluciones políticas del XVIII, que construyen el Estado social como disolvente de privilegios; y las ideas socialdemócratas del XX, que lo convierten en maquinaria para el reparto de privilegios; sumado todo ello a los medios de comunicación de masas del XXI, han destilado un magma doctrinario por el que las sociedades occidentales (y solo ellas) se compadecen del mundo entero y consideran que el Estado debe remediar su padecimiento (el de las propias sociedades más que el de los dolientes) con actuaciones administrativas, es decir, sufragadas por el presupuesto.



El Sahara mauritano es el que ha retratado el cine hasta mitificarlo en icono antes que en una realidad geográfica. Este desierto es el verdadero océano de dunas doradas como el oro que se extienden más allá del horizonte. Abrasado por el sol inclemente del Trópico de Cáncer, es un páramo perfecto en su belleza arenosa. Es también el tétrico desierto de los secuestros de Al Qaeda que yo tenía que cruzar en mi vieja BMW R100 G/S del 88 para llegar a Dakar y comprobar qué ha quedado del rally más famoso del mundo en estos países ahora que la organización ha decidido transplantarlo en Sudamérica por motivos de seguridad. Al Qaeda ha amenazado la carrera.



No son amenazas despreciables. Tenemos allí dos compatriotas secuestrados. No es plato de gusto pasar por allí. Pero decidí cruzar Mauritania porque había dos buenas razones para no ser víctima de un secuestro, una técnica y otra estratégica. La técnica es la velocidad. Un motorista solitario apenas llama la atención. Una caravana solidaria sí. Van trompeteando su presencia, algo que jamás se debe hacer. En cuanto a la estratégica, teniendo en marcha una negociación donde el Gobierno Español compra y Al Qaeda vende, no es probable que se alteren las posiciones respectivas dándole una patada a la tetera en mitad de la partida.



Entre Marruecos y Mauritania son cinco kilómetros de tierra de nadie. Una sucesión de baches, bancos de arena, señales de peligro de minas y carrocerías calcinadas de viejos coches robados. El país está lleno de estos esqueletos herrumbrosos y también de controles de la gendarmería tan poco eficaces como el seguro obligatorio que hay que comprar. El que los vende dice que Moratinos es un buen ministro. Llevo recorridos en moto más de cuarenta países y es la primera vez que encuentro a alguien que conoce un miembro del Gobierno Español. No resulta tranquilizador; eso supone que hasta el último mindundi está al tanto de las negociaciones con los secuestradores. Cualquiera que me mire lo que ve son cinco millones de dólares, precio fijado por el mismo gobierno que se supone tiene que defenderme.



El occidental quiere viajar al mundo real, donde a veces lo secuestran. Las sociedades emotivas exigen que se le salve (se las salve) como sea. No sólo lo hacen familiares y vecinos directos (genes y municipio), sino toda una sociedad que experimenta angustia prestada. Los leviatanes adormecen el dolor social y pagan; pero al hacerlo recortan su propio poder, debilitan la capacidad de defensa del conjunto e incrementan el peligro para cualquier otro occidental que se aventure por allí. En un país de una pobreza tan extrema como la de Mauritania, la noticia de que pagan de dos a cinco millones de dólares la pieza blanca, supone un terremoto. Ya no sólo existe el peligro de los terroristas de verdad sino de que cualquier advenedizo desesperado.



Los secuestros no son una novedad. Son tan viejos como el Mundo. Sin embargo, antes los secuestrados habían asumido su riesgo bien por el interés de su país (militares, espías, diplomáticos), bien por su ambición personal (comerciantes, contrabandistas, emprendedores). De los primeros se ocupaba el Estado; de los segundos, ellos mismos o la solidaridad privada. En los tiempos en que Cervantes estuvo preso en Argel, los miembros de la orden de Los Mercedarios recaudaban donaciones para la liberación de cautivos. ¿Quién si no las familias pagaba los rescates de los secuestrados por ETA? Es sólo ahora cuando se exige que sea el Estado quien se ocupe tanto de los públicos como de los privados.



No es una buena noticia. Entre los que pagan y los que cobran, nos han convertido a todos los demás en militares en misión de combate. La sociedad más pacífica de todas se ha convertido así en la más militarizada. Estamos todos enrolados en sus ejércitos, lo queramos o no.


Miquel Silvestre
Muchas gracias a este viajero incansable por estos ratos de lectura que tanto apreciamos los que, por una razon u otra, no podemos llegar a vivir esas experiencias. Gracias Miquel.

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